Seguir a Cristo implica, no solo una relación con él sino también con otros que le siguen. Con ellos tenemos mucho en común: una misma fe, un mismo Señor, un mismo Espíritu, un mismo Padre, una misma esperanza; además formamos sola familia, un mismo cuerpo, una misma iglesia, una sola comunidad (véase Efesios 44-6). Esta realidad nos impulsa a relacionarnos y tener comunión con nuestros hermanos.
La palabra griega koinonía que aparece en el Nuevo Testamento en castellano se traduce por comunión; significa la participación de algo indivisible. En Hechos 2:42 leemos: «Se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión en el partimiento del pan y en la oración». Al leer este pasaje hasta el v. 47, comprendemos el espíritu y significado práctico de la palabra koinonía. Así, pues, los que recibieron su mensaje fueron bautizados, y aquel día se unieron a la iglesia unas tres mil personas. Se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pany en la oración. Todos estaban asombrados por los muchos prodigios y señales que realizaban los apóstoles. Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común: vendían sus propiedades y posesiones, y compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno. No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida alegría y generosidad, alabando a Dios y disfrutando de la estima
general del pueblo. Y cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo sal vos. Hechos 2:41-47 La Biblia dice mucho sobre la relación entre hermanos. Hay distintas situaciones, circunstancias, necesidades y aun conflictos que se presentan. En este conjunto de estudios consideraremos lo que Cristo y los apóstoles enseñaron en cuanto a la relación entre hermanos, para que sepamos cómo comportamos en toda situación de acuerdo con la voluntad de Dios. Por ejemplo:
Ámense los unos a los otros.
Romanos 12:10
Sírvanse unos a otros con amor.
Gálatas 5:13
Sométanse unos a otros.
Efesios 5:21
Que se toleren unos a otros.
Colosenses 3:13
Instrúyanse y aconséjense unos a otros.
Colosenses 3:16
Que se perdonen [unos a otros].
Colosenses 3:13
Confiésense unos a otros sus pecados.
Santiago 5:16
Oren unos por otros.
Santiago 5:16
Respetándose y honrándose mutuamente,
Romanos 12:10
Estoy seguro de que... están capacitados para instruirse unos a otros. Romanos 15:14 Practiquen la hospitalidad entre ustedes. 1 Pedro 4:9 Anímense y edifíquense unos a otros. Tesalonicenses 5:11 Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas. Gálatas 6:2 Deben lavarse los pies los unos a los otros. Juan 13:14 No hablen mal unos de otros. Santiago 4:11 Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran. Romanos 12:15
LA ARMONÍA
¡Cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos convivan en armonía! Es como el buen aceite que, desde la cabeza, va descendiendo por la barba, por la barba de Aarón, hasta el borde de sus vestiduras. Es como el rocío de Hermón que va descendiendo sobre los montes de Sión. Donde se da esta armonía, el SEÑOR concede bendición y vida eterna.
Salmo 133 «¡Cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos convivan en armonía!» El Señor quiere ver a sus hijos vivir juntos en armonía. Con este fin nos da su consejo, que cubre todas las situaciones posibles, para que sepamos convivir con nuestros hermanos. Como en la música, hace
10 La relación fraternal
falta respetar ciertas reglas elementales, para que haya armonía. En la relación entre hermanos la tónica es el AMOR.
LA NATURALEZA DE NUESTRA RELACIÓN
Antes de considerar los principales mandatos del Señor con respecto al trato entre los hermanos, detengámonos en las verdades declaradas por Dios en lo que se refiere a esta relación. Debemos creerlas y proclamarlas. Recordemos que primero debe penetrar la verdad y luego los mandamientos. En la medida en que creamos estas verdades nos será más fácil encarnar los mandatos que las siguen. Somos miembros los unos de los otros
Hemos sido llamados a ser participantes de Cristo, miembros de su cuerpo, es decir, de él mismo. El que se une al Señor se hace uno con él en espíritu. 1 Corintios 6:17 Cada uno de nosotros, al entregarse a Cristo, fue injertado en Cristo, hecho una sola cosa con él.
Porque somos miembros de su cuerpo.
Efesios 5:30
De hecho, aunque el cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros, y todos los miembros, no obstante ser muchos, forman un solo cuerpo. Así sucede con Cristo. 1 Corintios 12:12 Cristo no es solo la cabeza, sino también el cuerpo. As que, al ser miembros de su cuerpo, llegamos a ser parte de mismo, somos uno con él. Cristo es la vid verdadera y nosotros las ramas (Juan 15:5) La vid no consiste solo del tronco; también comprende las ramas. La vid es la totalidad, las ramas una parte de esa totalidad También nosotros somos parte de Cristo mismo, «la plenitud de aquel que lo llena todo por completo» (Efesios 1:23). La expresión usada con más frecuencia para indicar nuestra unión con Cristo es «en Cristo». Aparece muchísimas veces en el Nuevo Testamento, especialmente en las epístolas de Pablo. Revela cuán estrecha y firmemente Dios nos ha unido a Cristo. Nos ha hecho una sola cosa con él. Este es el punto dular del kerigma de la edificación. En virtud de nuestra unión con Cristo somos miembros los unos de los otros. Porque somos todos miembros de un mismo cuerpo. Efesios 4:25 También nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a todos los demás.
Romanos 12:5 Nuestra participación en la vida de Cristo nos ubica una relación orgánica con su cuerpo. No podemos participar de Cristo sin participar a la vez con otros que están unidos a Nuestra unión con Cristo incluye la unión con todos los están unidos a él. Al ser uno con Cristo, también somos con los hermanos.
El vínculo que nos une unos, con otros es espiritual (véanse 2 Corintios 5:16; Efesios 4:3). Es a la vez trascendente y eterno (Efesios 3:15). Se trata de la relación más importante que podemos tener en la tierra. Todo otro vínculo es temporal, pero con nuestros hermanos en Cristo seremos uno por toda la eternidad. Cristo logró esta unidad por el sacrificio de sí mismo, por su muerte y resurrección. El creó en sí mismo una nueva humanidad, un solo pueblo (Efesios 2:14-15). En Juan 17:20-23, Cristo ruega al Padre que los suyos sean unidos. Pide por una unidad perfecta, visible y manifiesta ante el mundo. Dios ya está respondiendo a la oración de su Hijo y continuará haciéndolo. Debemos tener la mente de Cristo y vernos unos a otros como él nos ve: miembros de Cristo, todos uno con él y, por lo tanto, miembros los unos de los otros y uno con nuestros hermanos. Somos hermanos
Somos hijos del mismo Padre (véanse Juan 1:12-13; 1 Juan 3:1; Romanos 8:16-17; Gálatas 3:25-26; 4:4-7; 2 Corintios 6:18; Efesios 1:5).
Al nacer de nuevo somos engendrados por Dios, de modo que venimos a ser hijos de Dios. Dios nos adopta como hijos suyos por la fe en Cristo Jesús. Envía a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo. Nos enseña a orar invocándole como «Padre nuestro». ¡Aleluya! Somos hijos de Dios. Dios es nuestro Padre eterno.
Dios nos coloca en la misma relación filial que tiene con su Hijo Jesucristo. Nos pone en el mismo grado de relación y privilegio. El honor más grande que el ser humano puede recibir es ser hecho hijo de Dios. Por ser hijos del mismo Padre, somos hermanos unos con otros (Romanos 8:29; Mateo 23:8-9).
Somos miembros de una gran familia, la familia de Dios. Dios es nuestro Padre, Jesucristo nuestro hermano mayor, y nosotros hermanos de todos los hijos de Dios. Este parentesco, esta hermandad, es más fuerte que el
vínculo carnal, porque lo carnal es temporal, mas la hermandad espiritual es eterna. La familia de Dios es eterna. Por lo tanto, debemos mirarnos y estimamos unos a otros como verdaderos hermanos.
ACLARACIÓN IMPORTANTE: No todos los hombres son nuestros hermanos porque no todos son hijos de Dios. Existe una idea popular errónea que considera a todos los hombres como hijos de Dios. Tal vez se base en la teología universalista que equivocadamente conceptúa a todos los seres humanos como hermanos e hijos de Dios. Si bien en el orden creacional todos somos creación de Dios; sin embargo, en el orden espiritual algunos son hijos de Dios y otros hijos del diablo (véanse 1 Juan 3:10; 4:5-6; Juan 8:38-44; Colosenses 1:13).
¿Quiénes son los hijos de Dios y nuestros hermanos? Aquellos que han nacido de nuevo (Juan 3:3-6), los que están sujetos a Cristo, lo siguen y perseveran (Juan 10:27; 2 Juan 9).
(Tomado de la serie Puerta-Camino y Meta)