Al ir pasando revista a las tarjetas que se recibieron en casa en la Navidad pasada, me doy cuenta de que se han ido abriendo paso toda clase de símbolos. En su gran mayoría, las escenas con paisajes presentan a pueblos del estado de Nueva Inglaterra cubiertos de nieve, casi siempre con el toque de un trineo tirado por caballos. En otras tarjetas, retozan animales: no sólo renos, sino también ardillas, mapaches, cardenales y graciosos ratones grises. Una tarjeta muestra a un león africano postrado, con las patas delanteras puestas cariñosamente alrededor de un cordero.
Los ángeles han retomado con fuerza en años recientes, y las compañías que imprimen y distribuyen esas tarjetas los usan mucho, aunque como criaturas recatadas y de aspecto mimoso, y no como seres que fueran a anunciar: "¡No temáis!" Las tarjetas claramente religiosas (una minoría) se centran en la sagrada familia, y de inmediato se da uno cuenta de que esos personajes son diferentes. Parecen tranquilos y serenos. Sobre las cabezas se ven unas aureolas doradas brillantes, como coronas de otro mundo. En el interior de las tarjetas, se utilizan palabras gozosas como amor, buena voluntad, alegría, felicidad y afecto. Supongo que es bueno que honremos una festividad sagrada con sentimientos cordiales. Con todo,cuando voy al relatoevangélico de la primera Navidad, escucho un tono muy diferente y percibo sobre todo perturbación.
"¿La Navidad tiene lógica?¿Crees de veras que un ángel se le apareció a una adolescente que quedó embarazada sin haber tenido relaciones sexuales y se fue a Belén a lomo de un asno donde pasó la noche en un establo y dio a luz a un niño que resultó ser el Salvador el mundo?"
María y José debieron enfrentarse con la vergüenza y burla de la familia y los vecinos, quienes reaccionaron diciendo: “Crees de veras que un ángel se le apareció ..."
En contraste con lo que las tarjetas quieren hacemos creer, la Navidad no simplificó sentimentalmente la vida en el planeta tierra. Cuando se acerca la Navidad me aparto de la alegría de las tarjetas para adentrarme en la austeridad de los evangelios.
La concepción artística de la Navidad presenta a la familia de Jesús como imágenes grabadas en papel dorado,con una María en calma que recibe las nuevas de la anunciación como una especie de bendición. Pero no es así como Lucas nos cuenta la historia.
María se sintió"turbada"y con"temor"ante la aparición del ángel, y cuando el ángel pronunció las sublimes palabras acerca del Hijo del Altísimo cuyo reino no tendrá fin, María se puso a pensar en algo mucho más mundano: "Pero si soy virgen"
No nos sorprende que la adolescente judía María se sintiera muy turbada: se enfrentaba con las mismas perspectivas, incluso sin el acto de pasión. En los Estados Unidos de América de hoy, donde cada año un millón de adolescentes quedan embarazadas fuera del matrimonio, la situación difícil de María sin duda ha perdido algo de su fuerza, aunque en una comunidad judía estrechamente unida del siglo primero, no pudieron ser muy bien acogidas las nuevas que el ángel trajo. La ley consideraba que la mujer comprometida en matrimonio que quedaba embarazada era adúltera, condenada a morir lapidada.
Mateo nos narra el relato de la aceptación magnánima de José de divorciarse de María en secreto en vez de acusarla, y cómo se le aparece un ángel para corregir la percepción de traición que tenía. Lucas nos habla de una María temblorosa que va apresuradamente a la única persona que posiblemente podía comprender 10 que estaba pasando: su prima Elisabet, quien en forma milagrosa había quedado embarazada ya anciana, tras otro anuncio de un ángel. Elisabet le cree a María y comparte su gozo y sin embargo, la escena subraya de manera conmovedora el contraste entre las dos mujeres: toda la región está hablando del vientre restaurado de Elisabet en tanto que María debe esconder la vergüenza de su propio milagro.
A los pocos meses, nació Juan el Bautista en medio de una gran fiesta; con vecinos, parientes gozosos y el coro tradicional del pueblo que celebraba el nacimiento de un varón judío. Seis meses después, nació Jesús lejos del hogar, sin vecinos ni familiares ni coro del pueblo. El censo romano requería sólo la presencia del jefe de la familia; ¿se llevó José a su esposa embarazada a Belén para ahorrarle la vergüenza de dar a luz en su propio pueblo?
Cuando leo ahora los relatos del nacimiento de Jesús, tiemblo al pensar que el destino del mundo dependió de las respuestas de dos adolescentes del campo. ¿Cuántas veces recordó María las palabras del ángel cuando sentía al Hijo de Dios que daba pataditas en su matriz? ¿Cuántas veces analizó José su encuentro con el ángel mientras soportaba la profunda vergüenza de vivir entre gente que podía ver muy bien cómo el cuerpo de su prometida iba cambiando de forma?
Nada se sabe de los abuelos de Jesús. ¿Cómo se deben haber sentido? ¿Reaccionaron como tantos padres de adolescentes solteras de nuestro tiempo, con un arranque de furia moral y luego un período de silencio sombrío hasta que, por fin nace el chiquito de ojos vivarachos para fundir el hielo y crear una frágil tregua familiar? ¿O acaso, como muchos padres en los barrios pobres de las grandes ciudades, se ofrecieron generosamente a acoger al niño bajo su techo?
Nueve meses de explicaciones extrañas, con el persistente aroma del escándalo. Parece que Dios buscó las circunstancias más humillantes posibles para hacer su entrada, de manera que no se le pudiera acusar de favoritismo. Me impresiona que cuando el Hijo de Dios se hace hombre, sigue las reglas del juego, las duras reglas: las pequeñas ciudades no tratan bien a los muchachos con una paternidad cuestionable. Es muy improbable que, bajo las condiciones que había, se le hubiera ni siquiera permitido a Jesús nacer. El embarazo de María, en circunstancias precarias, de padre desconocido, hubiera sido un caso obvio para recurrir al aborto; y lo que ella decía de que había concebido por intervención del Espíritu Santo, hubiera sugerido la necesidad de que se sometiera a tratamiento psiquiátrico, y hubiera reforzado todavía más la necesidad de interrumpir el embarazo. La virgen María, sin embargo, cuya maternidad no había sido planificada, respondió en forma diferente. Escuchó al ángel, ponderó las repercusiones, y respondió: "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra." A menudo la acción de Dios tiene doble filo, gran gozo y profundo dolor; con esa respuesta práctica, María aceptó ambos. Fue la primera persona que aceptó a Jesús como Señor bajo las condiciones que Él puso, sin pensar en el costo personal.
Cuando vuelvo a revisar el montón de tarjetas de Navidad, me doy cuenta de que en los países cristianos hacemos lo mismo. Celebramos una festividad blanda, domesticada, exenta de cualquier indicio de escándalo. Sobre todo, eliminamos cualquier recordatorio de cómo el relato que comenzó en Belén acabó en el Calvario.
En los relatos del nacimiento en Lucas y Mateo, sólo una persona parece captar la naturaleza misteriosa de lo que Dios estaba comenzando: el anciano Simeón, quien reconoció en el niño al Mesías, comprendió instintivamente que iban a producirse conflictos. "Éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha ..." - dijo, y luego hizo la predicción de que una espada atravesaría el alma de María. De alguna manera Simeón percibió que, aunque al parecer poco había cambiado - el autócrata Herodes seguía gobernando, las tropas romanas estaban aplastando a los patriotas, Jerusalén seguía llena de mendigos -, todo había cambiado. Había llegado una nueva fuerza que socavaría los poderes del mundo.
Al principio, Jesús estuvo lejos de parecer una amenaza para esos poderes. Había nacido bajo César Augusto, cuando la esperanza soplaba por todo el Imperio Romano con el establecimiento de un nuevo orden mudial. Mientras tanto, en un oscuro rincón del Imperio de Augusto, los cronistas de la época pasaron por alto el nacimiento de un niño llamado Jesús. Sabemos de Él sobre todo por medio de cuatro libros, escritos años después de su muerte, en una época en que menos de la mitad del uno por ciento del mundo romano había oído hablar de Él.
Los sucesos más tempranos de la vida de Jesús, sin embargo, ofrecen un avance amenazador de la inesperada lucha que estaba comenzando. Herodes el Grande, rey de los Judíos, imponía la ley romana a nivel local y por ironía de la historia, sabemos de Herodes principalmente por la masacre de los inocentes. Nunca he visto una tarjeta de Navidad que presente ese acto de terror que el gobierno llevó a cabo, aunque también fue parte de la venida de Jesús. Si bien la historia secular no menciona dicha atrocidad, nadie que sepa de la vida de Herodes duda de que fuera capaz de esto. Mató a dos cuñados, a su propia esposa Mariamne, y a dos de sus propios hijos. Cinco días antes de su muerte, decretó el arresto de muchos ciudadanos y mandó que fueran ejecutados en el día de su muerte, a fin de que se creara en el país un ambiente adecuado de luto. Para un déspota como él no representaba ningún problema un procedimiento de exterminio en Belén.
Bajo el régimen de Herodes, rara vez pasaba un día sin que se ejecutara a alguien. El ambiente político en tiempo del nacimiento de Jesús se parecía al de Rusia en la década de los años 30 bajo Stalin. Los ciudadanos no podían hacer reuniones públicas. En todas partes había espías. En la mente de Herodes, la orden de exterminar a los niños de Belén fue seguramente un acto sumamente racional, una acción de retaguardia para mantener la estabilidad
de su reino frente a la rumorada invasión por parte de otro reino.
W. H. Auden reflexiona acerca de lo que pudo haber estado pasando por la mente de Herodes mientras reflexionaba acerca de ordenar la matanza: Ay de mí, ¿por qué ese condenado niño no pudo haber nacido en algún otro lugar? Así es como entró Jesús el Cristo en el mundo, en medio de conflictos y terror, y pasó la infancia escondido en Egipto como refugiado. Mateo advierte que los políticos locales incluso decidieron dónde iba a crecer Jesús. Cuando Herodes el Grande murió, un ángel le informó a José que ya podía regresar a Israel sin riesgos, pero no a la región donde gobernaba el hijo de Herodes, Arquelao. José llevó a su familia a Nazaret, en el norte, donde vivieron bajo el régimen de otro de los hijos de Herodes, Antipas, al que Jesús llamaría "aquella zorra"; el mismo que hizo decapitar a Juan el Bautista.
Unos años más tarde los romanos pasaron a gobernar directamente la provincia meridional que incluía a Jerusalén, y el gobernador más conocido y cruel fue un hombre llamado Poncio Pilato. Con buenas conexiones, Pilato se había casado con la nieta de César Augusto. Según Lucas, Herodes Antipas y el gobernador romano se habían visto como enemigos hasta el día en que el destino los unió para decidir el destino de Jesús. Ese día colaboraron, con la esperanza de tener éxito donde Herodes el Grande había fracasado: eliminando al extraño pretendiente al trono y así salvaguardar el reino.
Los hechos relacionados con la Navidad, cantados en villancicos, representados por los niños en la iglesia, ilustrados en tarjetas, se han vuelto tan conocidos que no resulta fácil descubrir el verdadero mensaje que está detrás los hechos. Después de leer una vez más los relatos del nacimiento, me pregunto: Si Jesús vino a revelamos a Dios, ¿Qué aprendo acerca de Dios en esa primera Navidad?
Las asociaciones de palabras que me vienen a la mente cuando hago esa pregunta me sorprenden. Humilde, accesible, perdedor, valiente, no parecen para nada palabras apropiadas para que se apliquen a la Deidad. Antes de Jesús, casi ningún autor pagano había utilizado "humilde" como cumplido. Sin embargo, los acontecimientos de la Navidad apuntan en forma inexorable hacia lo que parece una contradicción: un Dios humilde. El Dios que vino a la tierra no vino como un torbellino violento ni como fuego devorador. De manera inimaginable, el Hacedor de todas las cosas se fue haciendo más y más pequeño, tan pequeño como un óvulo, un sólo óvulo fecundado, apenas visible a simple vista, un óvulo que se iría dividiendo y subdividiendo hasta que se formó un feto, creciendo célula a célula dentro de una nerviosa adolescente. "La inmensidad enclaustrada en tu querido vientre" – se maravillaba el poeta Juan Donne. "Se despojó a sí mismo ... se humilló a sí mismo" - dijo el apóstol Pablo en forma más sencilla.
El Mesías que se presentó, sin embargo, se revestía de una clase diferente de gloria, la gloria de la humildad. El Dios que vociferaba, que daba órdenes a ejércitos e imperios como si fueran peones en un tablero, este Dios se presentó en Palestina como un niño que ni hablaba, ni comía alimentos sólidos ni podía controlar la vejiga, que dependía de una pareja de adolescentes para tener techo, alimento y amor. La visita de Dios a la tierra se dio en un establo de animales, sin ayudantes y sin disponer de un lugar donde colocar al recién nacido excepto un pesebre. En realidad, el acontecimiento que dividió la historia y nuestros calendarios en dos partes, quizá tuvo más testigos animales que humanos. Quizá hasta una mula pudo haberlo pisado. "Cuán sigilosamente, cuán sigilosamente, se da el don maravilloso." Por un breve instante el firmamento se iluminó de ángeles, pero ¿quién vio el espectáculo? Asalariados analfabetos que cuidaban de los rebaños de otros, "don nadies" de los que ni siquiera se saben los nombres. Los pastores tenían tal reputación que los judíos correctos los mencionaban junto a los "impíos", y los confinaban al atrio más externo del templo. En forma muy apropiada, pues, Dios los escogió a ellos para que ayudaran a celebrar el nacimiento del que sería conocido como amigo de pecadores.
Dios se presentó en forma sorprendente como un niño en un pesebre. ¿Qué puede ser menos atemorizante que un recién nacido con las extremidades fuertemente amarradas al cuerpo? En Jesús, Dios encontró una forma de relacionarse con los humanos que no conllevaba miedo. En realidad, el temor nunca había funcionado muy bien. Se necesitaba un nuevo enfoque, un Nuevo Pacto, para utilizar las palabras bíblicas, que no hiciera énfasis en el enorme abismo entre Dios y la humanidad, sino que más bien ayudara a salvar ese abismo. El era Emanuel “Dios con nosotros” Aleluya! El Dios que creó la materia tomó forma dentro de ella, El Verbo se hizo carne.
Aunque el mundo puede inclinarse hacia el rico y poderoso, Dios se inclina hacia el perdedor. "Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos" - dijo María en su cántico Magníficat.
Todos los sucesos del relato de Navidad deben adquirir una dimensión nueva y brillante para nosotros, una dimensión de historia fundamentada en la realidad de nuestra vida.
Podemos resumir el nacimiento de Jesús así: Una madre soltera, sin hogar, se vio obligada a buscar techo cuando se encontraba de viaje para ir a pagar los fuertes impuestos de un gobierno colonial. Vivía en un país que se estaba recuperando de violentas guerras civiles y que seguía sufriendo turbulencias; situación parecida a la de las modernas Bosnia, Ruanda o Somalia. Como la mitad de las madres que dan a luz en la actualidad, tuvo el hijo en el límite occidental de Asia, la parte del mundo que resultaría ser menos receptiva con ese hijo. El niño vivió como refugiado en África, el continente donde todavía se encuentran la mayor parte de los refugiados del mundo. Me pregunto qué pensó María acerca de su cántico Magnificat durante los años espantosos en Egipto. Para un judío, Egipto evocaba recuerdos vívidos de un Dios poderoso que había derrotado al ejército del faraón y liberado a su pueblo; ahora María huyó a ese lugar, desesperada, extranjera en país extranjero, para ocultarse de su propio gobierno. ¿Podría acaso su hijo, perseguido, desamparado, fugitivo, llenar las espléndidas expectativas de su pueblo? Jesús hablaba arameo, lengua comercial muy parecida al árabe, punzante recordatorio de la sujeción de los judíos a imperios extranjeros.
Jerusalén, quien no sabía nada del niño de Belén. Después de ver al niño y darse cuenta de quién era, estos visitantes cometieron un acto de desobediencia civil: engañaron a Herodes y regresaron a su patria por otro camino para proteger al niño. Se habían puesto del lado de Jesús, en contra del poderoso.
Como Dios escogió las circunstancias bajo las que iba a nacer en el planeta tierra - sin poder o riqueza, sin derechos, sin justicia - sus opciones preferenciales hablan por sí mismas. También la gente del siglo primero reaccionó ante Jesús. ¿Un Mesías de Galilea? ¿El hijo de un carpintero? Esto nos da una pista en cuanto a las respuestas con las que Jesús se enfrentó a lo largo de su vida. Sus vecinos preguntaban: "¡No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estos milagros?!" Otros compatriotas se burlaban: "¿De Nazaret puede salir algo de bueno?" Su propia familia trató de recluirlo, ya que pensaban que estaba loco. Los expertos en religión trataron de matarlo. Y el pueblo común y corriente, unas veces creían que "demonio tiene y está fuera de sí", para luego querer coronarlo como rey a la fuerza. Fue muy valiente de parte de Dios, dejar de lado el poder y la gloria para ocupar un lugar entre seres humanos que lo acogerían con un mezcla de altivez y escepticismo. Hizo falta mucho valor para bajar a un planeta conocido por su cruda violencia, a una raza conocida por rechazar a sus propios profetas. ¿Qué hubiera podido hacer Dios más temerario que esto?
La primera noche en Belén también exigió valor. ¿Cómo se sintió Dios Padre esa noche, impotente como cualquier padre terrenal, al ver que su Hijo salía manchado de sangre para enfrentarse con un mundo frío y duro? Jesús lloró, como cualquier bebé recién nacido, en la noche en que entró a este mundo; un mundo que iba a darle, ya adulto, tantos motivos para llorar. Los pocos testigos oculares de la noche de Navidad vieron a un bebé que se esforzaba en usar unos pulmones flamantes. ¿Sería verdad este relato de Belén de un Creador que desciende para nacer en un pequeño planeta? De serlo, se trata de una historia sin igual. No sorprende para nada que un coro de ángeles cantara espontáneamente un cántico, perturbando no sólo a unos pocos pastores, sino a todo el universo. Aleluya!