Saturación discursiva en la iglesia.
¿Quién os fascinó...?
(Gál. 3:1)
Dios quiere que su iglesia se reúna manifestando toda la gracia y dones otorgados mediante la participación libre y espontánea de cada uno de sus miembros. Sin embargo, esta clase de expresión neotestamentaria puede encontrarse impedida.
Quisiera mencionar uno de los grandes obstáculos del fluir de esta gracia. Se trata de un síndrome que se introdujo en el Pueblo del Señor y se manifiesta mediante la saturación oral. Lo denomino el Síndrome de Goebbels. Joseph Goebbels fue un temido demagogo y agitador de masas, ministro de propaganda alemán de mediados del siglo 20. Su arma letal fue deslumbrar a la gente por medio del discurso.
El peligro de contraer el Síndrome de Goebbels está presente en los que tienen mayor actuación pública en las asambleas, reuniones o distintos encuentros. Aquellos con presencia permanente, persuasiva y consecutiva en la congregación.
Este Síndrome produce hablantes que impresionan, tanto hombres y mujeres caracterizados por la abundancia de palabras persuasivas.
*Cuando el Síndrome se desarrolla, la iglesia queda fascinada. Quiere oír cada vez más.
*Esta influencia discursiva muchas veces es ignorada por sus propios portavoces.
*Crea una congregación infantil, dependiente y encandilada.
Diagnosticando la presencia del Síndrome.
Una forma que permea las iglesias hoy es la saturación oral, las cataratas de palabras que no dan margen ni tiempo para ser discernidas y permitir un sano y responsable examen. Con la supresión de la sana crítica los parlantes se aseguran un espacio eclesiástico casi ilimitado.
Juan Stam, pensador cristiano contemporáneo expresó:
“Nuestra sociedad, en su tránsito de la modernidad a la postmodernidad, vive una profunda crisis de autoridad. Se reconoce cada vez menos la autoridad extrínseca, por el puesto o el título que uno ostenta. En el futuro, los líderes tendrán que ganar cada vez más una autoridad intrínseca, por lo que realmente son, lo que piensan y lo que hacen. Pensar con cabeza propia es a veces arriesgado e incómodo, y en la confusión de los cambios rápidos de nuestra época muchas personas buscan la seguridad en quienes piensan por ellos. Pero esto no es sano y tampoco es la voluntad del Señor. El abuso discursivo no tiene futuro”
¿Cómo detectamos el Síndrome de Goebbels?
1- No dejar actuar a la hermandad por "motus" propio.
El abuso del Amén. “¿Cuántos dicen Amén?” La cultura del Amén se ha propagado por todos lados, hasta algunos dicen "Amén" antes que el predicador haya terminado la frase. "Amén" es una afirmación, una exclamación, y nunca debe ser una pregunta con signo de interrogación.
Repita después de mí" o "Diga a la persona que está a su lado" tal o cual cosa. Es tratar al público como incapaces de pensar con cabeza propia. Algunos gritan "Wow" y después "Repitan todos conmigo, Wow". Levanten las manos, bajen las manos. Aplaudan, callen, proclamen, etc., etc.
2- Secuencia de sermones interminables.
Hablar largamente, no por la carga del Espíritu Santo, sino utilizando un palabrero que no tienen fin.
3- Sobre actuación.
De aquellos que regularmente dirigen la asamblea de los creyentes, es decir los activos que se distinguen de los pasivos.
La motivación más profunda de un apóstol.
“Cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría... Estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios”
(1Cor 2:1-5)
Estas palabras descubren la intención más honda del apóstol Pablo, y a su vez, revelan dos cualidades que deben caracterizar a todo servidor de Dios: la humildad y el respeto por los semejantes. Ese carácter, y esas actitudes, jamás permitirían el insano discurso persuasivo.
Jesús en Marcos 4:24 exhorta "Mirad lo que oís", y Lucas 8:18 pone el énfasis en cómo debemos oír: de manera cuidadosa y responsable.
¿Cómo ser sanados del Síndrome de Goebbels o saturación discursiva?
El Señor ya nos dio el remedio para ser curados de este mal. La solución quedó registrado en las sagradas escrituras.
“¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación”. (1 Corintios 14:26).
1- Pablo da por sentado que cuando los hijos de Dios se reúnen "cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación".
2- No es el caso de uno que dirige y los demás siguen, sino que cada uno contribuye su don, su parte de utilidad espiritual, todos toman parte según el Espíritu Santo guía.
3- No es el ministerio de algunos hombres, sino el ministerio del Espíritu. Se le da oportunidad a cada discípulo para que ayude a otros, y para que cada uno sea ayudado.
4- Un hermano puede hablar en una etapa de la reunión y otro más tarde; uno puede ser usado por el Espíritu Santo para que ayude a los hermanos esta vez, y yo, la próxima vez. Cada individuo debe asumir su parte de responsabilidad y compartir con la iglesia lo que él mismo recibió del Señor.
5- La dirección de las reuniones no debe ser el trabajo de un solo individuo o de algunos sino que todos los miembros deben asumir juntos la responsabilidad, y procurar ayudarse unos a otros, dependiendo del Espíritu Santo. Esta clase de reunión lleva sobre sí la estampa de ‘unos a otros’.
6- Cada discípulo debe llevar su porción de responsabilidad y transmitir a los demás lo que él mismo ha recibido.
La dirección de las reuniones no debe ser la carga de unos pocos individuos, sino que todos los miembros deberían llevar la carga juntos y procurar edificarse unos a otros.
La necesidad de mutualidad, “unos a otros”.
Necesitamos dar oportunidad para la expresión de mutualidad, ese rasgo esencial que debe prevalecer en todas las relaciones de la iglesia.
Los discípulos deben aprender a usar los dones espirituales que Dios les ha dado para ministrar a sus co-discípulos. El principio según el cual se llevan a cabo todas las reuniones de la iglesia debe ser sencillo, no el de “púlpito y las sillas”.
En las reuniones regulares de la iglesia los hermanos deben contribuir en el poder y bajo la guía del Espíritu. Pero para hacer que tales reuniones tengan sentido, es esencial que los discípulos reciban dones espirituales, revelación y palabra; es decir que tengan la vida de Dios.
Editorial