LA GENEROSIDAD



Adoptar la generosidad como estilo de vida no solo traerá cosechas multiplicadas sino que reflejará el carácter del Señor.

Por Keith Bentson

Mirar las situaciones críticas, por angustiantes que fueren, como el mundo las mira, no es lo que Dios espera de sus hijos. Es muy fácil, en tiempo difíciles, ser envueltos con los pensamientos pesimistas de la gente que nos rodea.
Una hermana va a hacer las compras, ve los precios, escucha los comentarios, las quejas de las vecinas: “¡La plata no alcanza para nada!”.

“¿Adónde vamos a llegar?”. Y se deprime. Así, día tras día. Si ella no está aferrada a Dios, su fe sucumbe.

Su esposo va al trabajo, compra el diario, lee las noticias sobre la inflación, el aumento del costo de vida, el despreciable valor de su sueldo, las pocas perspectivas de cambio; sus compañeros hablan de lo mismo, unos con temor, otros con rabia. Así, día tras día. Igual que su esposa, no mira a Dios, su fe sucumbe.

Cuando ellos se congregan con los demás hermanos, si escuchan algo sobre el ser generosos, el actuar con liberalidad, el ocuparse del Reino en primer lugar, el dar con alegría; seguro que se preguntarán: “¿Cómo vamos a estar ocupados en las cosas del Reino si solo tenemos tiempo para trabajar, comer y dormir? ¿Cómo vamos a dar con alegría si no sabemos lo que no espera en el futuro?”.

Han extraviado el camino. La falta de fe no les permite ver a Dios obrando, cuidándolos, escuchando sus oraciones y proveyéndoles de lo necesario. Las verdades bíblicas, como las del Salmo 23 pasaron a ser mera poesía para ellos.

No hay nada

Hubo un momento cuando el profeta Habacuc se vio envuelto en dudas semejantes. Era el tiempo cuando tampoco él comprendía que la mano de Dios estaba sobre todas las cosas. Entonces, su vocabulario era pesimista y temeroso. Luego, cuando Dios le muestra su fidelidad con el justo (“El justo por su fe vivirá”, Habacuc 2:4), cuando le revela su gobierno, su autoridad, su poder soberano, Habacuc entona uno de los cánticos de fe más extraordinarios de toda La Biblia: “Aunque la higuera no dé renuevos, ni haya frutos en las vides; aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado alguno en los establos; aun así, yo me regocijaré en el Señor, ¡me alegraré en Dios, mi libertador! El Señor omnipotente es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas”(Habacuc 3:18-19).

Hay una sola manera de vivir en tiempos difíciles: ¡creyendo, confiando, esperando en el Dios omnipotente!



Algo inexplicable

El Dios de la viuda de Sarepta y de Habacuc, es nuestro Dios. Además, si hacemos su voluntad, Él hará algo inexplicable: es Dios morando en medio de los hombres.

¿Cómo logramos que Dios manifieste su presencia? Viviendo por la fe. Porque donde no hay fe, ¡Dios se aburre y se va! Pero cuando la hay, cuando hay obediencia, el Señor es el primero en llegar a la reunión. Y allí ocurren cosas inexplicables.

Una de las expresiones de esa fe la daremos al llevar nuestros diezmos al Señor. ¿Sabes cuándo debemos hacerlo? ¡En cuanto cobramos! No sé si eres como yo. Si yo no aparto enseguida para Dios la parte que le corresponde, se me va. Es necesario aprender a apartar la primera parte para Dios.

Recuerdo cuando estaba recién aprendiendo esta lección. Era un muchacho joven, recién casado, sin hijos. Vivíamos en un sótano. Estudiaba de día, trabajaba de noche… ¡y dormía en las clases! La verdad es que no teníamos mucho dinero. Si no me equivoco, tres veces al año, yo no tenía fe para dar a Dios. Miraba lo escaso de nuestras posesiones, veía el calendario que aparecía que cada mes tenía más días; entonces, con aire de espiritualidad, decía: “Total, no estamos bajo la ley. Vamos a esperar y dar más tarde el diezmo al Señor”. ¿Sabes que cada vez que yo retenía el diezmo para mí, no le alcanzaba el dinero? Pero cada vez que, por la fe, apartaba la parte que correspondía a Dios, nunca, nunca faltó. ¡Qué linda lección!

El Dios que mostró su abundancia a Abraham, el pueblo de Israel y también a la naciente Iglesia, quiere que vivamos con liberalidad. Las Escrituras nos hablan continuamente del error de vivir con una mentalidad calculadora, restricta. Él nos ha dado libremente todas las cosas que atañen a la vida y la piedad, y su deseo es que participemos con Él en el gozo de compartir nuestros bienes con los demás.

El apóstol Pablo promovió ese mismo espíritu de generosidad entre las comunidades que formaba. No se cansó de insistir, entre los cristianos recién redimidos, que ellos tenían una deuda de amor para con los otros cristianos que atravesaban un tiempo de gran estrechez. La disposición de compartir los bienes, el tiempo, las cargas y las penas con los demás es algo que debe caracterizar siempre la vida del cristiano.

Cuando aprendemos a ser generosos, siempre descubrimos algo más de la grandeza y la gloria de Dios. Hasta tanto, hay algunos que piensan: “Ah, cuando yo tenga más dinero; cuando se muera aquel tío rico, entonces yo también seré muy generoso”. Pero eso no es cierto. El que no sabe ser generoso con lo poco nunca recibirá de Dios lo mucho. Hay que comenzar con lo poco que uno tiene a mano.

Por Keith Bentson
Tomado del libro:La generosidad
Editorial Logos